sábado, 29 de junio de 2013

Castillico a retales: ¿Castillo o Museo?

Parches, colorines, marcas, limpieza extrema y mil y un andamios... eso es lo que vemos los villeneros últimamente en nuestro símbolo más representativo. Las últimas labores de restauración en nuestra fortaleza no dejan indiferente a nadie, entre otras cosas porque llamarlos "apaños llamativos" es quedarse corto.

"Llamativo" es poco.

A día de hoy, La Atalaya presenta pedazos importantes de lienzos, paños, muros, torres y paredes restaurados siguiendo ciertos criterios que bien se podrían poner de manifiesto de otra forma. Me explico: No es necesario pintarrajear la Torre del Homenaje o dejar zonas de tapial vivo en escandalosa desnudez y contraste tan grandes, basta con cuarto paneles explicativos con dibujicos y esquemas. Para qué rascar el enlucido de las cúpulas si se puede entender mejor con una sencilla maquetica. Una cosa es musealizar el castillo, otra muy distinta es trasformar el propio castillo en una atracción didáctica, olvidándose del propio edificio. Para eso mejor echar abajo el castillo y levantar un museo en su memoria.

-"¡Ah del muro!"
-"¿Quién vive?"
-"Acho, cristiano... ¿Esto no era un castillo?"
-"¡Pfff...! Lo restauraron... "

Si algo le hace sentir orgulloso al villenero medio (a parte de las fiestas, el habla y otras hierbas por el estilo) es sin duda su castillo de La Atalaya, por su aspecto de mole imponente, guardia vetusto, león sedente o lo que se le tercie en función de lo poeta que esté ese día. No son pocas las restauraciones que ha sufrido y todas has mejorado su estado y aspecto, sin alterar violentamente su estructura. Antes de los cincuenta estaba "mellado" de almenas y torres y se le consiguió dar un aspecto muy distinto a la categoría de "ruina". Luego se fue mejorando y adecuando para su visita. Hasta se musealizó adecuadamente su interior, pese que a la física de los cielos tormentosos no le encajase bien la jugada (aquel día todos nos acordamos de Santa Bárbara).

No es lo mismo restaurar, que disfrazar.

El caso es que se puede restaurar sin convertir el monumento en una parodia de sí mismo, evitando los lamentos de impotentes villeneros que ven violado su castillico. En esto de la interpretación histórica, y su adecuación al turismo, debe haber unos límites. Si no, tendremos que "restaurar lo restaurado". Suena ridículo, pero es verdad.

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